Solamente yo me divierto
José Manuel Tamez
Jugar con las palabras es el secreto de la creación literaria. Eso es lo que hemos aprendido todos los que hemos escrito textos con aspiraciones artísticas. Pero también entendemos que hay que jugar con ciertas reglas, digamos que decentemente, no echar desmadre con ellas que es la primera impresión que tuve al leer este libro. Hay una cierta injusticia en esta presentación porque Mario De Lille espera que uno escriba estos comentarios en forma sensata, lineal, clara, legible -para todo público pues-, pero antes él nos mandó una curva de tirabuzón con jiribilla y efectos especiales que leímos, de adelante para atrás y luego de regreso, sin encontrar claramente un hilo conductor de la narración. Parece que el texto se le revolvió en algún momento y ya no lo reacomodó, como si lo hubiera llevado a la imprenta en una combi que llevaba las ventanillas abiertas. Pero ni modo, así es esto del abarrote y nos apegaremos a esta regla (hasta donde sea posible). Así que pasemos a hablar de esta especie de Rayuela, Región 4.
“La literatura se hace con palabras” dijo alguien, porque finalmente son éstas las que nos encontramos en un libro, a las cuales les agregamos diferentes significados, algún simbolismo, o tal vez ideas y emociones. Pero a Mario De Lille las puras palabras no le bastan, porque en Tropicalia él hace la literatura con estilos, tamaños y tipos de fuentes, además de imágenes, retablos y un sonido ambiental que permea y trasciende el papel a ritmo de guaracha. Cada vez que uno da vuelta a la página, no sabe qué es lo que va a encontrar en la siguiente.
La novela (a la que algunos han tildado de antinovela, simplemente porque no tiene trama, ni intriga, ni cronología, además de que muy poco nos dice de los personajes) es un ejercicio lúdico, lúbrico, lógico, lícito, realizado en tres pistas simultáneamente: En las alturas del libro, el senador Vicente Reinosa (habitante de otro país tropical) nos repite una y otra vez que la vida es una cosa fenomenal, que él es decente, inteligente y caliente; en esta parte del show la única regla es la libertad para jugar con los adjetivos que rimen con “Vicente” y ponerle algo de ritmo tropical a la lectura. Para entender bien esta parte hay que leer La Guaracha del Macho Camacho de Luis Rafael Sánchez.
En la pista principal sucede la mayor parte de la acción, aunque por acción queremos decir un conjunto de viñetas que, presentadas en desorden, deben de formar un todo, solamente hay que armar el rompecabezas. Algunos de los personajes de la novela actúan como narradores testiculares, entre quienes destaca el ingeniero Mariano Camín, eje y ejecutor de la mayor parte de estos trozos literarios, quien, junto con sus compañeros de aventuras (en particular su amante Patín o Martha), nos cuenta sus vicisitudes en Tropicalia (una población muy provinciana, con tintes caribeños, antiguamente conocida como San Giovanni Baptista). La historia es una especie de reventón que duró varios años, en donde el lector encontrará toda suerte de géneros y artificios literarios: prosa, poesía, epístolas y teatro; diálogos y monólogos interiores; citas, intertexto, albures y retruécanos; en fin, hay parodia, metafísica y erotismo. Ahí aparecen y desaparecen sin orden ni concierto los pacos, los vicentes, los teporochos, las marías, y otros más que no dan a conocer sus identidades. No hay un estilo definido en esta parte, sin embargo hay que decir que se hace un amplio uso de la lengua vernácula y de las frases parentéticas. De hecho, casi podríamos asegurar que existe otra historia corriendo paralela dentro de los paréntesis.
En el subsuelo del libro, está el tercer escenario: las confesiones de una de las protagonistas, Mamartha Aguilar Uzcanga, quien padece del síndrome de la doble personalidad (algo así como Clark Kent y Supermán) ya que en algunas páginas se presenta como Patín y en algotras como Martha. En una parte, y en primera persona, Martha le habla a su diario de sus amores y añoranzas; en otra parte, aparece por aquí, de vez en vez, un narrador omnisciente que describe con lujo de detalles las acrobacias sexuales de esta mujer, especialmente dotada para el placer.
Tal parece que las tres historias hubieran sido escritas por tres o más personas diferentes y con esto no quiero decir que nuestro autor también pudiera padecer del desdoblamiento de su personalidad sino más bien que en este juego de espejos se puede apreciar su habilidad para representar las diferentes voces de los personajes y de los narradores. El movimiento de los puntos de vista marea, como puede marear un caleidoscopio con su estética del caos.
Mario no es un escritor de textos sencillos; le gustan los juegos y las rarezas (literariamente hablando, of course). En esta ocasión, como ya se dijo antes, las estructuras clásicas simplemente se las pasó por el arco del triunfo. Si bien no podemos decir que se trata de una producción multimedia, a todo color y en tercera dimensión, ya que él mismo ha confesado su limitado dominio de las modernas tecnologías informáticas, la verdad es que en esta obra se advierte un ímpetu considerable por la exploración de caminos diferentes de las técnicas narrativas, abriendo un poco más el abanico de posibilidades de la literatura en nuestra Tropicalia actual.
Probablemente no deberíamos ocuparnos tanto de la forma como del fondo de la obra, sin embargo en casos como éste es precisamente la estructura (o la aparente falta de estructura) lo que más llama la atención, dejando un poco de lado su contenido. Aunque, finalmente, una obra literaria es un todo que transmite una visión, una forma de interpretar la realidad y llevarla hacia nuestra experiencia para rehacerla en función de nosotros mismos, aquí se cumple plenamente esa aseveración que dice que un texto es diferente para cada lector porque cada lector le otorga una vida diferente y propia.
En la literatura, el significante (o sea, las palabras) es el primer estímulo que recibimos; con éste realizamos un proceso mental para obtener un significado. Sin embargo, hay muchos detalles que distinguimos en cada palabra que leemos: el tipo de letra, su tamaño, el medio en que está impresa, el lugar que ocupa en el papel, etcétera. Con esos detalles extras le atribuimos significados al texto, para darle un sentido al mensaje del escritor. En Tropicalia estamos frente a una novela donde el lenguaje no sólo es un factor importante, sino que es quizá la parte más relevante del mensaje.
Tropicalia es un collage que por momentos se vuelve abstracto y nos obliga, como lectores, a realizar un esfuerzo extra para intentar meternos en su realidad, porque se trata de una realidad fragmentada y distorsionada que requiere una visión de conjunto para su comprensión. Mario De Lille camina (y hace caminar al lector) en un laberinto donde está siempre presente la sensación de extravío: este es el arriesgado juego del escritor, ya que al meter al lector en una tácita competencia para ver si es capaz de extraer del trabajo una idea coherente que defina la novela, corre el riesgo de que ese significado quede demasiado oculto, el lector se canse y simplemente aviente el libro al suelo diciendo “esto no tiene sentido”.
Lo que Mario nos propone es otro punto de vista para mirar el mundo que nos rodea, lo cual, finalmente, es la idea detrás de cualquier propuesta artística. Es un ejercicio a base de novedosas técnicas narrativas sustentado por medio de pasajes aparentemente descontextualizados que mezclan realidades completas, realidades a medias y ficciones absolutas. Son de apreciar en el trabajo la mezcla de los géneros literarios, la diversidad de los puntos de vista, el cambio de narrador entre las tres partes del texto, así como los elementos teatrales y radiofónicos que de vez en cuando se aparecen.
Aunque el autor habla en el esbozo de prólogo de “la comunicación como fenómeno del aislamiento”, hay que escarbarle muy profundamente para detectar en la vida de su protagonista, Mariano Camín, algo de ese aislamiento. Más bien lo vemos muy divertido planeando ciudades, proyectando películas, matando ratas, haciendo el amor y escribiendo sus primeros textos. En todo caso, Tropicalia es una novela que demuestra una gran creatividad, el valor de decir las cosas al entero gusto del escritor y una fresca propuesta de libertad artística que siempre es bienvenida. Lo que sí creo es que Mario De Lille se divirtió como enano escribiendo esta novela así que puedo pensar que el hilo conductor de esta obra está en el placer de escribir y entonces, por qué no hacer lo mismo desde el otro lado de la página: si tú escritor te diviertes, yo lector, también.